Capítulo 11

 

A pesar de lo mucho que deseaba decir que sí, no podía. Para Tallie el matrimonio era un pacto sagrado entre dos personas que se amaban. Un compromiso para toda la vida en el que esas dos personas prometían amarse y confiar el uno en el otro.

No tenía nada que ver con los negocios.

Así que lo único que podía hacer era apretar los puños y decir:

—No. Gracias, pero no saldría bien.

No podía casarse con él con unos argumentos que no compartía y no podía amarlo cuando lo que él quería era sexo y una relación de «negocios». Pero no podría explicárselo sin parecer una tonta. Tendría que admitir que se había enamorado de él y no podía hacerlo.

Se mordió el labio inferior y deseó que se la tragara la tierra para no tener que continuar allí, frente a Elias, mientras él la miraba como si hubiera perdido la cabeza.

Pero entonces él se encogió de hombros con indiferencia.

—Bueno —dijo con calma—. Era sólo una idea —parecía no importarle lo más mínimo.

Aquello debería haberla hecho alegrarse de haber rechazado su proposición y quizá se alegrara algún día, pero en aquel momento lo único que deseaba era que se marchase cuanto antes.

—Entonces me voy —dijo después de unos segundos y comenzó a andar, pero se detuvo antes de salir—. Me temo que esta noche no tendré tiempo para una de nuestras sesiones de sexo. Tengo otro compromiso.

Fue como una bofetada.

Tallie tomó aire y consiguió asentir. No iba a dejar que viera cuánto daño acababa de hacerle.

—Muy bien —aquellas dos palabras le hirieron la garganta y el corazón, pero las dijo de todos modos.

Por un momento se miraron el uno al otro en silencio. La expresión del rostro de Elias era pétrea; no tenía nada que ver con el hombre que le había hecho el amor la noche anterior. Después se dio media vuelta y se marchó. No dio ningún portazo, nada, ningún tipo de emoción.

Tallie se quedó sola en mitad del silencio. Se sentía como si la hubieran apuñalado. Tan hueca como cuando había regresado a casa después del funeral de Brian y se había dado cuenta de lo que le esperaba… una vida de vacío y soledad.

Mientras se secaba una lágrima pensó que había sido mejor no sentir nada durante años. Se puso en pie muy despacio y salió de su despacho. Se detuvo en la recepción y miró a su alrededor. Todo aquello estaba allí gracias al trabajo de Elias.

Aquella empresa había empezado siendo un negocio de su familia, pero continuaba en pie gracias a Elias, él la mantenía con vida.

Ella había aprovechado la oportunidad que le había ofrecido su padre, pero en realidad no la merecía. No había hecho nada para ganársela. Y, aunque sabía que había hecho ciertas aportaciones a la empresa, no era comparable con lo que aportaba Elias. Por mucho que ella fuera la presidenta y él el director, la empresa era de Elias.

Y no era lo bastante grande para los dos. Ya no.

No podría trabajar con él día tras día, no podría verlo en la sala de juntas y discutir los proyectos sin morirse de dolor, de deseo.

Tampoco podía conformarse con un matrimonio vacío y buen sexo. No tenía nada que ver con Brian, sino con el hecho de que quería tenerlo todo con el hombre al que amaba ahora. Si no podía tenerlo todo, prefería no tener nada.

Pasó la mano por la preciosa estantería de roble que Elias había hecho con sus propias manos. Después se sentó en la silla de Rosie y escribió una nota para él.

Cuando la terminó, la dejó sobre la mesa de su despacho y, junto a ella, el informe en el que detallaba los motivos por los que creía que no debían seguir adelante con la adquisición de Corbett. En el informe decía también que seguramente su hermano Theo los llamaría para proponerles una idea mejor. Y que esperaba no haberse excedido.

Al final de la nota escribió: Todo lo que he hecho ha sido intentando hacer lo mejor para la empresa. Por eso es por lo que dimito.

Había dimitido.

Elias se sentó frente a su mesa y leyó una y otra vez la carta que había encontrado al llegar. Era una nota breve, correcta y muy profesional. Muy típica de Tallie.

Apretó el papel que temblaba entre sus dedos. Tenía un nudo en la garganta y le ardían los ojos. Apretó los dientes y trató de no sentir nada, pero estaba destrozado. Perdido. Vacío. Y furioso. ¿Cómo había podido marcharse así? Era una irresponsabilidad.

Bueno, si eso era lo que sentía, mejor que se hubiera ido. No la necesitaba.

Pero de todos modos le dolía.

Anunció la noticia a los demás después de convocarlos con urgencia.

—La señorita Savas ha dejado la empresa —hizo una pausa para mirar los rostros sorprendidos. Después añadió—: Hay bollos en la habitación del café. Podéis serviros.

Todos lo miraron y después se miraron los unos a los otros.

—¿Qué ha pasado? —preguntó Rosie.

—¿Se ha ido así como así? ¿Sin ningún motivo? —dijo Dyson—. Pensé que esto le gustaba.

—Supongo que recibió una oferta mejor —mintió Elias. Aunque sin duda pronto tendría dicha oferta, si no la tenía ya.

—Me sigue resultando muy extraño —opinó Paul—. ¿Crees que le molestó algo que hicimos?

—¡No, no le ha molestado nada! —su tono fue tan enérgico que todos lo miraron con los ojos muy abiertos—. Olvidadlo, ¿de acuerdo? —se limitó a pedirles, mientras se pasaba la mano por el pelo.

Él también intentaría olvidarlo.

Para ello se centró de lleno en el trabajo. Unos días después llamó a Corbett para comunicarle que habían decidido no seguir adelante con la compra de su empresa.

—Hemos hablado largo y tendido sobre el futuro de la empresa —le explicó Elias—. No hemos tomado la decisión a la ligera. Y, aunque seguimos queriendo abrir nuevos caminos, hemos llegado a la conclusión de que es preferible no alejarnos de lo que conocemos bien, que son los barcos, no la ropa.

—Es por esa mujer —aseguró Corbett—. No le gustamos.

—La señorita Savas ya no forma parte de la empresa —dijo Elias—. La última decisión fue mía.

Pero era cierto que la opinión de Tallie había sido importante. Sobre todo porque era una opinión acertada. Ella había comprendido a la perfección el espíritu de Antonides Marine. Había sido una buena presidenta durante el poco tiempo que había durado.

Había sido también una buena amiga. Y una buena amante.

Seguía intentando no recordar. Trabajaba día y noche, y seguía haciendo estanterías y armarios. Mientras, esperaba que algún día su padre le diría que Tallie estaba trabajando para alguna importante empresa. Pero su padre no dijo nada, así que Elias se decidió a preguntarle directamente si sabía si estaba trabajando para Socrates.

—Hace tiempo que Socrates no la menciona siquiera —le dijo Aeolus—. Creo que le sorprendió que abandonara la empresa sin decírselo. No sabe dónde está.

Nadie parecía saber dónde estaba. Parecía haber desaparecido de la faz de la tierra.

Y entonces, un día, dos semanas y media después de que hubiera dimitido, recibió una llamada de su hermano Theo.

—La tabla de windsurf funciona.

—¿Qué? —Elias no tenía la menor idea de qué estaba hablando.

—Tallie me mandó a tu hermano para que me enseñara su estudio para una tabla de windsurf. Es estupenda. Deberías considerar la idea.

Lo que más le sorprendió no fue el proyecto ni que procediera de su hermano.

—¿Tallie te lo mandó? —le preguntó—. ¿Cuándo?

—Hace un par de semanas. Puede que tres. Peter vino a verme y navegamos juntos hasta Boothbay. Después fabricamos su tabla.

—La hicisteis…

—Sí y la probamos. Como ya te he dicho, merece la pena. Si estáis pensando probar nuevas vías, creo que te conviene hablar con Peter.

—Yo… ¿Dónde está Tallie?

—Ni idea.

—Pero…

—Hablé con ella hace un par de días y me dijo que cuando hablara contigo, te dijera que lo sentía.

Le dio un vuelco el corazón.

—¿El qué sentía?

—No lo sé. Supongo que haber dimitido. Las mujeres están locas, incluso Tallie, aunque está más cuerda que la mayoría. No sé qué le pediste que hiciera, pero la hiciste enfadar mucho. Sólo me dijo que si se lo hubieras pedido por un buen motivo, habría dicho que sí.

¿Habría dicho que sí?

Sí, ¿se habría casado con él? ¿Entonces por qué no lo había hecho? Elias había deseado con todas sus fuerzas que dijera que sí.

¿Y cuál era un buen motivo? Bueno, eso sí lo sabía. Para Elias un buen motivo para casarse era el amor. Algo que no había conseguido decirle. Le había entregado su amor a Millicent y ella se lo había escupido a la cara.

Pero Tallie no era Millicent. Tallie era una mujer pura y sincera. Ella le había dicho la verdad, pero él había estado demasiado asustado como para darse cuenta.

Se puso de pie de un salto y salió corriendo del despacho.

—Me voy —anunció a Rosie—. No sé cuándo volveré.

Batió un récord de velocidad en llegar al apartamento de Tallie. Subió corriendo las escaleras porque el ascensor era demasiado lento y, al llegar a su piso, llamó a la puerta una y otra vez y esperó, ansioso por decir lo que tenía que decir.

Pero cuando la puerta se abrió, olvidó todas las palabras.

—¿Peter?

Su hermano, cubierto únicamente con unos calzoncillos y algo de espuma de afeitar en la cara, lo miraba sonriente.

—Hola, hermano. Qué curioso encontrarnos aquí.

—¿Dónde está Tallie? —lo echó a un lado y entró en el apartamento.

—Se ha ido.

—¿Qué quiere decir que se ha ido? Theo dijo que había hablado con ella.

¿Cuándo vuelve?

—Quiere decir que no está. No sé dónde fue, no creo que ella lo supiese tampoco.

—¡Eso es ridículo! Tallie no haría algo así. ¿Qué haces tú aquí y… por qué vas tan desnudo?

—Porque acabo de darme una ducha y me iba a afeitar. Esta noche tengo una cita y quiero impresionar a la dama en cuestión. Y estoy aquí porque vivo aquí.

Elias se quedó boquiabierto.

—¿Qué?

Peter se encogió de hombros.

—Me encantaría decirte que vivo con Tallie porque sé que eso te pondría furioso, pero lo cierto es que sólo estoy cuidando al gato.

Elias se quedó mudo, repasando toda la información que tenía, incapaz de creerlo.

—Entonces es cierto que no está.

—Claro que es cierto.

—¿Durante cuánto tiempo te pidió que cuidaras del gato?

—No me lo dijo. Sólo me ofreció el apartamento para que me quedara mientras busco un fabricante para mi tabla.

La tabla que había intentado presentarle a Elias y él había rechazado de plano.

Aún no podía creer que Peter estuviera haciendo algo provechoso con su tiempo. Sin embargo, Tallie sí le había creído y por eso lo había mandado a Theo.

Ahora comprendía lo que le había escrito sobre Theo al marcharse.

—Enséñamela otra vez —dijo a regañadientes.

—No quiero que me hagas ningún favor —Peter fue igualmente brusco.

—No es un favor, es un negocio —replicó Elias—. Si es un buen producto, y Tallie y Theo parecen creer que lo es, puede que nos interese.

—¿Hablas en serio?

—Sí. Ven a mi despacho mañana —hizo una pausa—. Ahora dime dónde está Tallie.

—No lo sé. De verdad. Llamó hace un par de días y me preguntó si me interesaría vivir en su apartamento, yo le dije que me interesaría más si ella estuviera aquí —dijo, riéndose.

—¿No dijo dónde estaba?

—No. Lo único que me dijo es que si me iba, llevara a Harvey a casa de sus padres.

—Tengo que encontrarla.

—Buena suerte, hermano —le deseó Peter con una sonrisa.

Debería haber sido sencillo encontrarla, pero no lo fue.

Volvió a llamar a su padre por si Socrates le había dicho algo nuevo. Aeolus le contó que su padre le había ofrecido la vicepresidencia de su empresa y ella lo había rechazado. Al principio le había resultado difícil de creer, pero después comprendió que Tallie quería abrirse camino por sí misma y seguramente no querría que su padre siguiera buscándole marido.

Así que siguió buscándola solo y cuando quiso darse cuenta, pasaba más tiempo buscando a Tallie que trabajando en Antonides Marine. Lo más sorprendente fue que Peter lo sustituyó. Un día fue a mostrarle la tabla y se quedó a una reunión.

Después de eso, aparecía todos los días a las ocho de la mañana.

Pero lo más sorprendente y lo más triste era que pasaban los días y las semanas y no había ni rastro de Tallie.

Helena, que se había enterado a través de Cristina y de Peter de que estaba desesperado, se mostró encantada.

—Sabía que querías una buena chica griega. Yo puedo encontrarte una, Elias.

Pero Elias estaba harto.

—No quiero a ninguna otra chica, mamá. Quiero a Tallie. La amo.

Se lo dijo a todo el mundo porque no podía decírselo a ella.

A veces llegó a tener la sensación de que todo había sido un sueño, que Tallie en realidad no existía. Afortunadamente, había otras personas que la conocían y que la recordaban por sus maravillosos pasteles.

Una de esas personas era el pomposo de Martin, a quien Elias se encontró una mañana en el ascensor.

—Es una cocinera fantástica —le dijo recordando sus pasteles de manzana—.

Lástima que haya decidido perder el tiempo en ese curso de repostería vienesa.

Elias, que hasta ese momento había estado rezando por que el ascensor llegara arriba cuanto antes, levantó la mirada con los ojos muy abiertos.

—¿Qué? ¿Que ha hecho qué?

Con Martin lo normal era que le soltara un discurso sobre repostería o sobre las injustas condiciones laborales de los aprendices. Así fue, pero afortunadamente, en algún momento de la diatriba, le dio la información que necesitaba.

—Tiene la loca idea de ser repostera.

—¿Dónde? —le preguntó con ansiedad.

—Normalmente la repostería vienesa se hace en Viena.

—¿Tallie está en Viena? ¿Cómo lo sabes?

—Me encontré con ella la semana pasada. Yo estaba allí escribiendo un artículo sobre la ONU.

Su jornada laboral empezaba a las cuatro de la mañana. Hacía el trabajo más duro tanto del horno como de la tienda, pero le encantaba y estaba aprendiendo alemán. Había días que incluso conseguía no pensar en Elias durante un rato, o al menos no sentir el dolor de su pérdida.

Se abrió la puerta de la tienda y entró una de sus clientas habituales. Cuando se marchó, después de haber hablado con ella un rato, en alemán, por supuesto, Tallie la vio salir por la puerta… y vio a Elias al otro lado del cristal.

Por un momento creyó estar imaginándolo. Muchas veces había creído verlo por la calle y soñaba con él casi todas las noches. Pero los sueños nunca llegaban a estar a la altura del original.

Empezaron a temblarle las piernas y se le encogió el estómago. La miraba fijamente, sin sonreír.

—¿Elias? —¿qué estaba haciendo allí? ¿Cómo la había encontrado? ¿Y por qué?

Quizá fuera una coincidencia, como cuando se había encontrado con Martin hacía una semana.

Elias entró y cerró la puerta.

—Tallie.

Deseó correr hacia él y abrazarlo. Pero no podía hacerlo sin saber a qué había ido.

—¿Puedo ayudarte en algo? —le preguntó.

—Eso espero. Necesito demostrarle a la mujer con la que quiero casarme que la amo. ¿Se te ocurre algo?

No podía respirar.

—¿La… amas?

—Desde el principio. Pero era demasiado estúpido. Estaba demasiado asustado.

Después de Millicent, pensé que debía protegerme. Pero estaba equivocado.

—¡Yo no soy Millicent!

Elias esbozó una sonrisa.

—No, gracias a Dios. De hecho, no te pareces en nada. Tú eres sincera y valiente y preciosa y…

El corazón estaba a punto de salírsele del pecho.

—¿Quieres casarte conmigo, Tallie? —le preguntó, muy serio—. Esta vez por el mejor motivo del mundo. Por amor y para siempre.

—¡Sí, Elias! —y se lanzó a sus brazos.

No resultaba nada fácil abrazar y besar a un hombre por encima de un mostrador y con el ruido de fondo de su jefe protestando en alemán.

—¿Qué dice? —le preguntó Elias sin dejar de besarla.

—Quiere saber si vas a comprar algo.

—Pregúntale cuánto quiere por la mujer que tiene tras el mostrador.

—Ya es tuya. Por amor y para siempre —prometió con un nuevo beso.

Elias la levantó por encima del mostrador y la estrechó entre sus brazos con todo el amor que tenía dentro.

—Trato hecho.

Su apartamento era tan pequeño como una caja de zapatos, pero tenía una cama. Elias y Tallie fueron directos a ella en cuanto entraron por la puerta. Unos segundos después estaban desnudos, sus cuerpos entrelazados e incapaces de tomarse las cosas con calma.

—Podemos ir más despacio después —sugirió ella—. Tenemos toda la vida.

¿Verdad?

—Sí —prometió él, apretándola contra sí justo antes de sumergirse en ella y recordar que aquello era mucho más que buen sexo—. Te amo, Tallie Savas —le dijo después—. No vuelvas a dejarme jamás.

—Nunca. Pero… no podía casarme de ese modo.

—Yo tampoco, pero no me atrevía a admitirlo —le acarició la cara, el pelo y todo el cuerpo, deseándola de nuevo aunque acababa de hacerla suya, esa vez para siempre—. ¿Es en serio lo de dedicarte a la confitería? —le preguntó entonces.

—Sí. Pensé que me gustaba el mundo de los negocios y sigo pensando que es emocionante, pero lo que realmente me hace feliz es cocinar y crear cosas deliciosas.

Lo mismo que te pasa a ti con la carpintería —añadió, esperando sus protestas. Pero no hubo tales protestas.

—Venía pensando en eso durante el vuelo —le dijo—. En la tabla de Peter y los barcos de Nikos Costanides.

—¿Has visto la tabla de Peter?

—Vamos a fabricarla —anunció con satisfacción—. Tenías razón, igual que tenías razón sobre Corbett. Decidimos no comprar su empresa, en su lugar vamos a comercializar la tabla de Peter. Por cierto, ahora es el vicepresidente de la empresa.

—¿Peter?

—La verdad es que parece entusiasmado con el trabajo. Así que he pensado que podría… intentar construir un barco o dos —dijo por fin como si le diera miedo decirlo en voz alta.

—¿De verdad? —le preguntó ella, entusiasmada—. ¿Como Nikos?

—Algún día, si tú estás de acuerdo, me gustaría tener lo que él tiene.

—Yo quiero que hagas lo que te haga feliz.

—Me hacen feliz los barcos —aseguró—. Y trabajar con Peter, pero sobre todo

—empezó a decir, mirándola fijamente a los ojos—… lo que más feliz me hace eres tú.

—Lo mismo digo —respondió Tallie, acurrucándose en su pecho, donde podía oír los latidos de su corazón.

Unos segundos después levantó la cabeza y lo miró con picardía.

—Podríamos ponernos manos a la obra ahora mismo. Ya sabes… para conseguir lo que tiene Nikos.

—¿Quieres que construyamos un barco?

—No, cariño —Tallie le besó la nariz, la barbilla y luego los labios—. Me refería más bien a los niños.

Fin